Más vale tarde que nunca. Otra de esas excepciones que hacían a España –tristemente-diferente tiene los días contados. Como los ciudadanos de otros 80 países, también los españoles podremos reclamar a la Administración los datos que nos afecten o interesen. Y lo que es más importante: se podrán pedir esos datos incluso a las entidades privadas que operen con dinero público y los ciudadanos no estarán obligados a explicar para qué quieren la información. Todo esto será posible gracias a La Ley de Transparencia y Acceso a la Información Pública en cuyo borrador trabaja el Gobierno.
Ahora sólo queda esperar a que las excepciones no dejen en papel mojado lo que es un derecho constitucional ¿Cuánto costó exactamente el famoso árbol que el Ayuntamiento de Pozuelo fue a comprar a Bélgica? ¿Por qué no puede saber un ciudadano cuánto cobran los políticos o en qué se gastan los impuestos? ¿O preguntar si una persona figura en los archivos policiales y por qué motivo? De esta regulación sólo pueden derivarse ventajas como reconocen los profesionales y consumidores de aquellos países donde esta práctica legal está en vigor.
En la era post WikiLeaks se da, pues, un nuevo paso para acabar con la opacidad y privilegios (o abusos) que se derivan de ese secretismo. No se le pueden poner puertas al campo. Internet, las redes sociales ponen de manifiesto un día tras otro que estamos en un tiempo nuevo de cuyos efectos ya no se libra nadie: ni los gobiernos democráticos, como el poderoso EE.UU, ni por supuesto gobernantes autócratas como los regímenes árabes que creían tenerlo todo controlado. Así pues, asegúrese la salvaguarda de la confidencialidad y seguridad necesarias y bienvenida sea la transparencia.