miércoles, 26 de enero de 2011

Los mass media de Diego Pastrana: In dubio pro morbo





Diego Pastrana fue acusado de abusar sexualmente y maltratar hasta la muerte a su hijastra. Fue amenazado y humillado. Fue, tal y como dijo, “tratado como un perro” a consecuencia de una negligencia médica y del circo mediático que se desencadenó a raíz de ella.

Cuando Diego llegó al hospital con la hija de su pareja, los médicos observaron que la niña presentaba quemaduras en el cuerpo además de otros signos que atribuyeron a malos tratos. Acto seguido y atendiendo al protocolo, el hospital avisó a la Guardia Civil y los medios de comunicación organizaron automáticamente un juicio paralelo: Diego Pastrana es culpable. Poco tiempo después fallece la niña y la autopsia revela que la causa fue la lesión cerebral que le provocó la caída de un columpio cinco días antes, un hecho al que, en su día, el médico de turno no concedió importancia alguna.

En resumen, la hijastra de Diego no fue tratada a su debido tiempo, las quemaduras resultaron ser una reacción alérgica y los signos de malos tratos, secuelas de la reanimación.

¿En qué momento se pacta aniquilar la presunción de inocencia?

Un suceso como este nos repugna tanto como desgraciadamente nos engancha y es que no hay duda de que la negatividad es un valor noticioso. De cualquier forma, lo peliagudo del asunto aparece cuando la libertad de expresión se centra en vender titulares y no da tregua a otras opciones.

El linchamiento mediático sufrido por el que fue presunto agresor y asesino no es ninguna novedad y eso nos sugiere, una vez más, cuántos culpables sin culpa habremos condenado. La cuestión es que después de un proceso de tamañas dimensiones de poco le servirá a Diego que los medios entonen mea culpa. 

martes, 18 de enero de 2011

Palomares, donde “todo se debía haber hecho a su debido tiempo”


Al menos así lo considera Joaquín Rico, un pescador de mariscos residente en la pequeña pedanía de Cuevas del Almanzora (Almería) y que, todavía hoy, se pregunta que desenlace tendrá el accidente que estremeció a Palomares en plena Guerra Fría.

El 17 de enero de 1966 un choque entre dos aviones de la Fuerza Aérea estadounidense que sobrevolaban esta localidad dejó caer en tierra y mar cuatro bombas atómicas. Apenas un par de meses más tarde, Manuel Fraga intentó templar la intranquilidad que este incidente sembró entre los vecinos de Palomares dándose un chapuzón en la playa almeriense para demostrar que ni había riesgo, ni había contaminación. Lo cierto es que 45 años más tarde sabemos que el ex ministro se bañó en aguas contaminadas, que en Palomares existe un grave problema medioambiental y que sus habitantes presentan niveles elevados de plutonio en sus organismos.

Como Joaquín Rico, el resto de vecinos convive con una inseguridad de la que nunca fueron responsables. Ya tuvieron que peleare para conseguir una prórroga cuando, 20 años después del accidente, se encontraron con que se extinguía el periodo de reclamaciones y el derecho a reconocimientos médicos; y a día de hoy, cuando ya nadie duda de la magnitud del desastre, se hacen oídos sordos y el ‘qué pasará’ continúa en el aire.

A su debido tiempo o no, es preciso que el Gobierno de los Estados Unidos asuma la responsabilidad que le lleva tocando 45 años: Indemnizar a las víctimas reales del accidente, los habitantes de la pedanía, financiar las labores de limpieza y llevarse a casa el “marrón” atómico. Sin embargo, ante este panorama, EE.UU se lava las manos, ellos ya se llevaron suelo contaminado en su día.