lunes, 13 de julio de 2009

Alter Ego



- A mi me pasa algo parecido.
- Normal, te recuerdo que somos la misma persona.
- Eso es imposible.
- ¿Por qué estás tan seguro? ¿Acaso te has levantado una mañana y alguien te ha dicho “oye, no te olvides de que todo tú está en esta habitación”?
- Pues no, pero…
- Pero nada, soy la mitad de tus historias y todo el mundo lo sabe. Sin mi te sobrarían los prefacios y apretones de mano. Sólo podrías caminar hacia la derecha y contar hasta cinco.
- Seis, siete, ocho, nueve, diez.
- Te recuerdo que sigo aquí.
- Muy bien…entonces sabrás qué estoy pensando, ¿no?
- Escucha, esto no va de falsas glorias ambulantes. Soy el 50% de esa información con la que intentas descubrirme.
- ¿Mi sentido?
- No exactamente…
- ¿Un colofón?
- Tampoco.
- Sigo sin entenderlo.
- No hay nada que entender.

domingo, 12 de julio de 2009

Un "nosequé"


El otro día estuve horas esperando una llamada, o un nombre, o el código postal de un nuevo estado civil, ya no me acuerdo y tampoco creo que importe llegado este punto. Digamos que las historias comenzaron a viciarse cuando yo seguía en el prólogo. De repente tengo que esperar algo, porque sólo me acuerdo de cómo se espera algo, el resto se me ha olvidado.

“Lo esperado” no llega, así que decido hacer tiempo y salgo a dar un paseo. No me acompaña nadie, pero un no sé qué me hace torcer la cabeza en cierto número de cierta calle, y yo obedezco de forma mecánica porque lo asumo rápidamente como la única opción. Yo he estado ahí, pero no recuerdo cuándo ni con quién. ¿Y si me lo he inventado todo? La espera, el paseo, el portal desconocido… Como no me chivan la respuesta sigo caminando a ver si me aburro del dolor de cabeza.

Ahora me entretengo en la puerta de un teatro y se hace de noche. Son las 4 de tarde, es verano y estoy en Madrid, no puede ser de noche… Decido creérmelo sin más porque es mucho más cómodo. Miro la fachada del edificio una y otra vez, pero ninguno de los divertidos carteles que la empapelan me dice nada. Cierro los ojos para darme algo de tregua y al abrirlos encuentro una escena curiosa: La esquina donde está la puerta se ha llenado de butacas rojas. Dos están vacías, y el resto las ocupan dos tipos de personas: 17 mujeres con un vestido verde aceituna, y 34 hombres hiperactivos y con gorra. Improviso una mueca cualquiera y me escapo.

Encuentro un banco vacío en la calle más concurrida que he visto jamás y me siento. Estoy cansada y todavía no he encontrado nada que me sea útil. La gente comienza a sobrevolarme cada vez más rápido y todos los colores se mezclan, se superponen, se desacoplan de los soportes que los llevan de un lado a otro para formar una especie de de cortina gris plomizo que no me deja ver nada. Un segundo después estoy en un palacio. Ya no es de noche, pero dudo que sea de día porque hay una luz demasiado violenta, casi artificial. Nunca había visto algo así. Claro, es otro siglo. Yo estoy en un lateral del palacio y delante de mí se proyectan lo que parecen ser dos versiones de una misma escena: en la primera hay números por todas partes y un balcón desde el que un hombre desnudo lanza de uno en uno los cactus que apila en diferentes cajas. En la segunda, está sucediendo lo mismo, pero esta vez el hombre no para de llorar porque ha descubierto un patrón entre los números que le roban metros cuadrados.

Termina la proyección y vuelvo al principio: a esperar, esperar, esperar…